Daniel Pintó Casas

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Un amigo… un tesoro

Una pequeña historia.

Un día, cuando ingresé a la preparatoria, vi a un chico de mi clase caminando hacia su casa desde la escuela. Su nombre era Kyle y estaba cargando todos sus libros. Pensé: ¿porqué alguien trae todos sus libros a casa en viernes? Debe ser un empollón.

Yo tenía planeado un gran fin de semana (fiestas y partido de fútbol por la tarde), así que sólo me encogí de hombros y seguí mi camino. Mientras caminaba, vi a un grupo de chicos corriendo hacia Kyle. Le tiraron los libros que traía cargando y lo empujaron para que cayera al suelo. Sus anteojos salieron volando y vi cómo cayeron en el barro a unos tres metros de él. Miró hacia arriba y observé una terrible tristeza en sus ojos. Mi corazón se volcó hacia él. Corrí a socorrerle y mientras se arrastraba hacia sus lentes, vi lágrimas en sus ojos.

Mientras le entregaba sus gafas, le dije:

-Esos tipos son unos idiotas. Deberían ocupar su tiempo en algo mejor .

Me miró y dijo:

-Oye, ¡gracias!.

Había una enorme sonrisa en su cara. Era una de esas sonrisas que mostraba auténtica gratitud. Le ayudé a recoger sus libros y le pregunté dónde vivía. Resultó que vivía cerca de mi casa, así que le pregunté por qué nunca lo había visto en el vecindario. Dijo que había ido a una escuela privada anteriormente (yo nunca me había juntado con un chico de una escuela privada). Hablamos durante el camino a casa. Resultó ser un chico muy agradable. Lo invité a jugar fútbol conmigo y mis amigos el sábado a la mañana y aceptó.
Parábolas que instruyen
Pasamos juntos el fin de semana y mientras más lo conocía, más me agradaba. Mis amigos pensaban igual. Llegó la mañana del lunes y allí estaba Kyle de nuevo con su enorme montón de libros. Lo detuve y le dije que si continuaba así, iba a conseguir muy buenos músculos. El simplemente se rió y me pasó la mitad de los libros. Durante los siguientes cuatro años, Kyle y yo nos convertimos en los mejores amigos.

Cuando estábamos por salir de la preparatoria, empezamos a pensar en la Universidad. Kyle escogió Georgetown, mientras que yo escogí Duke. Yo sabía que siempre seríamos amigos y que la distancia nunca sería un problema. El decidió convertirse en doctor y yo conseguí una beca en fútbol para estudiar en la escuela de negocios. A menudo le gastaba bromas por ser un empollón. Incluso fue de los primeros seleccionados por Universidades y se estaba preparando para el discurso del día de graduación. Me alegré de no tener que ser yo el que tuviera que pasar al frente y hablar.

El día de la graduación, Kyle lucía fantástico. Se adaptaba e incluso se veía bien con anteojos. Tenía más citas que yo y todas las chicas lo amaban. Bueno, algunas veces estaba realmente celoso de él. Hoy era uno de esos días en los que él estaba nervioso. Así que le di una palmada en la espalda y le dije:

-Oye, amigo, estarás genial. – Me miró con una de esas miradas (de agradecimiento), sonrió y dijo: Gracias.

Mientras empezaba su discurso, aclaró su garganta y comenzó:

El tiempo de graduación es el de agradecer a aquellos que nos ayudaron a lograrlo a través de esos años difíciles; nuestros padres, nuestros maestros, nuestros hermanos, tal vez un entrenador… pero más que nada a los amigos. Estoy aquí para decirles que ser un amigo es el mejor regalo que le puedes dar a alguna persona. Les voy a contar una historia -prosiguió (yo miraba incrédulamente a mi amigos mientras contaba la historia del primer día en que nos conocimos)-. Había planeado suicidarme ese fin de semana -dijo. Nos contó acerca de cómo había vaciado su casillero para que su madre no tuviera que hacerlo después y estaba llevando sus cosas a la casa.

Me miró profundamente y me regaló una sonrisa. Gracias a Dios, fui salvado. Mi amigo me salvó de hacer lo indecible. Oí una exclamación de la multitud, mientras este guapo y popular muchacho nos comentó acerca de su momento de debilidad. Yo vi a sus padres mirándome y sonriendo agradecidamente.

Hasta ese momento no me di cuenta de la profundidad del asunto…

Según el perro

Parábolas para todosSe dice que en un pequeño y lejano pueblo, había una casa abandonada.

Cierto día, un perrito buscando refugio del sol, logró meterse por un agujero de una de las puertas de dicha casa. El perrito subió lentamente las viejas escaleras de madera. Al terminar de subir se topó con una puerta semiabierta; lentamente se adentro en el cuarto y para su sorpresa, se dio cuenta que dentro de ese cuarto había 1000 perritos más observándolo tan fijamente como él les observaba a ellos.

El perrito comenzó a mover la cola y a levantar sus orejas poco a poco, y los 1000 perritos hicieron lo mismo. Posteriormente sonrió y le ladró alegremente a uno de ellos. El perrito se quedó sorprendido al ver que los 1000 perritos también le sonreían y ladraban alegremente con él.

Cuando salió del cuarto se quedó pensando para sí mismo:

– ¡Qué lugar tan agradable!. ¡Voy a venir más seguido a visitarlo!.

Tiempo después, otro perrito callejero entró al mismo sitio y se encontró en el mismo cuarto. Pero, a diferencia del primero, este perrito al ver a los otros 1000 del cuarto se sintió amenazado, ya que lo estaban mirando de una manera agresiva. Posteriormente empezó a gruñir, y obviamente vio como los 1000 perritos le ladraron también a él.

Cuando este perrito salió del cuarto pensó:

– ¡Que lugar tan horrible es este!. ¡Nunca mas volveré a entrar allí!.

En la fachada de dicha casa se encontraba un viejo letrero que decía:

«La casa de los 1000 espejos»…